
Desde entonces, la pertenencia a la OTAN ha sido sinónimo de recorte democrático, en la medida en que la presencia militar extranjera constituye una limitación evidente de soberanía (el mando militar supremo de la OTAN siempre ha recaído desde su fundación en algún general norteamericano). Además, la organización militar impone un corsé armamentístico a los Estados miembros que impulsa el gasto militar (en detrimento del gasto social).
Desde su fundación, la OTAN también ha demostrado ser un peligro de involución política: permitió la pertenencia de dictaduras como la portuguesa de Salazar, toleró –o propició- golpes de Estado militares como el de Grecia (1967) o Turquía (1974) e impulsó redes contrarrevolucionarias clandestinas como la Gladio, que propagó el terrorismo ultraderechista y la estrategia de la tensión en el Sur de Europa (en particular en Italia) durante los años setenta, con el fin de detener el avance electoral de la izquierda y el ascenso del movimiento de masas.
En este sentido, la Guerra Fría no dejaba de tener una doble dimensión: internacional e interna. Y la OTAN, a pesar de proclamar su naturaleza “defensiva”, ha actuado siempre como un instrumento para acorralar y ahogar a la Unión Soviética desde el punto de vista militar y, a la vez, como un lobbie antidemocrático y una estructura de intervención contra el cambio social y la izquierda en los países miembros.

a) una ampliación del ámbito geográfico de acción (hasta el momento era solo el Atlántico Norte), que incluye “la zona euroatlántica”: algo enormemente ambiguo que, en la práctica, permite a la OTAN actuar en todo el planeta.
b) se elimina toda referencia a la Carta de las Naciones Unidas (algo que sí aparecía en el tratado fundacional de la OTAN, otorgándole un carácter “defensivo”).
Estas modificaciones han permitido iniciar las guerras ofensivas que están imponiendo un nuevo reparto colonial del mundo entre los vencedores de la Guerra Fría: la guerra contra Serbia por el conflicto de Kosovo en 1999 o la guerra por la ocupación de Afganistán desde 2001. También estuvo a punto de intervenir la OTAN en la guerra de Bush contra Iraq en 2003. Mientras tanto, la Alianza Atlántica ha operado una ampliación hacia el Este, pasando de 16 a 26 miembros. Letonia, Lituania, Estonia, Bulgaria, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Polonia, Hungría y Rumanía se han incorporado a la organización desde el fin de la Guerra Fría. Esta ampliación, así como la ocupación de Afganistán, responden a un objetivo geoestratégico fundamental de Estados Unidos y, por extensión, de la propia OTAN: conseguir el máximo acorralamiento militar de los dos únicos desafíos posibles del poder occidental: Rusia y, sobre todo, China.

Con los atentados del 11 de septiembre y la proclamación por Bush junior de la “Guerra global permanente contra el terrorismo”, una guerra sin límites espacio-temporales, sin enemigos definidos y sin reglas, el “antiterrorismo” ocupaba la vacante del anticomunismo como ideología predilecta con la que definir al enemigo. Así, la doctrina de la guerra preventiva también fue rápidamente incorporada al acervo militarista de la OTAN.
Las sucesivas intervenciones imperiales en Oriente Medio –desde Afganistán hasta Irak, pasando por Palestina, Líbano y, recientemente, Pakistán- no hacen más que desestabilizar toda la región y fomentar la expansión del fundamentalismo religioso, en lugar de defender la democracia y la emancipación que la OTAN y sus clientes dicen defender. La cumbre de la OTAN que está teniendo lugar en Estrasburgo, Kehl y Baden Baden, está marcada por la Guerra de Afganistán. En un contexto de crisis económica mundial, que está agudizando las tensiones internacionales, y tres meses después de la investidura de Obama, se ha aceptado su estrategia en ese país, que pretende combinar la continuidad del despliegue militar con una ofensiva diplomática para asociar a él a la mayor cantidad de países. Es lo que ciertos comentaristas llaman la toma en cuenta, por Obama, de la “multipolaridad del mundo”. Éste declaró durante su campaña: “El frente central en la guerra contra el terrorismo no está, ni ha estado jamás, en Irak. Por esta razón, poner término a esta guerra es decisivo si queremos acabar con los terroristas responsables de los atentados del 11 de septiembre, es decir Al-Qaeda, los talibanes, presentes en Afganistán y en Pakistán”. De aquí al verano, 30.000 soldados americanos van a reforzar a los 34.000 ya desplegados en Afganistán. A éstos hay que añadir los que manden los demás países de la OTAN. Zapatero ha comprometido ya a un batallón de 450 soldados más. Obama también podrá contar con el atlantismo ferviente de Sarkozy, quien acaba de reintegrar totalmente a Francia en la estructura militar de la Alianza.
Pero los planes de Obama para “pacificar” Afganistán incluyen una creciente intervención directa en Pakistán. Esta nueva huída hacia delante –muy parecida a la que protagonizó Nixon al extender a Camboya la Guerra del Vietnam- puede tener repercusiones gravísimas y llevar a ese país de 175 millones de habitantes al borde de la guerra civil. Todo parece indicar que, si las autoridades pakistaníes no ordenan al ejército combatir a los norteamericanos que penetren en suelo pakistaní, será casi imposible evitar que éste se fracture (como ya sucede en buena medida con la inteligencia militar, fuertemente infiltrada por los fundamentalistas).

¡Fuera las fuerzas de ocupación!
¡60 años bastan! ¡Disolución de la OTAN!
¡Libertad de manifestación! ¡Libertad detenid@s de Estrasburgo!
¡Otro mundo es posible! ¡Otro capitalismo imposible!
Declaración de Izquierda Anticapitalista
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