Al margen de las demostraciones de ignorancia de las que ha hecho gala el nuevo ministro de Educación, Jose Ignacio Wert nos ha mostrado, en sus últimas comparecencias, los cuatro grandes ejes sobre los que girará su labor: Ampliación de bachillerato a tres años, generalización del programa de bilingüismo, extensión del bachillerato de excelencia y evaluación de centros. Estos cuatro ejes confluyen en un doble propósito: el desvío de fondos de lo público a lo privado y la segregación del alumnado con mayores dificultades.
Por una parte, el bachillerato de tres años deja abierta la puerta a la concertación del bachillerato de forma generalizada; por otra, programas como el de bilingüismo, ampliamente extendido en la Comunidad de Madrid, está siendo la excusa para la contratación absolutamente ilegal de profesores de habla inglesa, que sin pasar por ningún tipo de selección imparten actualmente docencia en centros públicos.
El bachillerato de excelencia abre la posibilidad de implantar la zona única educativa (prevista en la Comunidad de Madrid para el próximo curso), que permitirá, a los que ya pueden elegir, decidir el centro al que irán sus hijas. Nos encontraremos con que aquellos centros en zonas desfavorecidas con alumnado con mayores dificultades serán menos demandados y sus recursos recortados en favor de centros de mayor demanda con independencia de su titularidad pública o privada. Es el primer paso para el establecimiento de guetos educativos.
Por último, en aquellos países en los que la política educativa ha dado especial importancia a la evaluación de centros se ha producido una secuencia implacable dentro de la lógica neoliberal: una vez efectuada la evaluación (según un baremo diseñado para excluir el progreso del alumnado en favor exclusivamente de los resultados) se establece una clasificación de centros que acabará siendo la que determine sus dotaciones. La disminución de la dotación en centros con alumnado con mayores dificultades les obligará a elegir entre buscar financiación en empresas privadas que actúan como “patrocinadores”o desaparecer. Vemos, pues, que la voracidad del sistema no deja resquicio del que no pueda sacar un beneficio inmediato. Ahora toca a la educación.
Pero la otra cara de la moneda de esta lógica del beneficio está en la segregación escolar. Quien pueda pagar, que pague. Quien no, que desaparezca. El neoliberalismo ya no se conforma con proponer como valores únicos la competición, meritocracia, individualismo o egoísmo, tan propios de este neodarwinismo social, en el campo de las relaciones laborales y sociales. Ha penetrado en las aulas y pone en práctica lo que se ha dado en llamar “eugenesia escolar” Dice premiar el esfuerzo pero la realidad es que castiga la dificultad. La escuela que nos propone ha pervertido la función de la educación que, en lugar de dotar de instrumentos que favorezcan la integración y la igualdad, polariza, disgrega, condena, desde muy temprana edad, a la marginalidad social a miles de jóvenes.
Así, el bachillerato de tres años tiene como efecto segregar lo más tempranamente posible a las alumnas que irán a bachillerato y las que irán a formación profesional. Por otra parte, la práctica de los programas de educación bilingüe ha revelado una abierta tendencia a diferenciar al alumnado, escindiendo los centros en dos tipos: los “bilingües” con mayor facilidad de adaptación a la escuela y estudiantes que, al tener mayor dificultad, o bien optan por no entrar en el programa o bien son excluidos del mismo por sus bajas calificaciones.
El bachillerato de excelencia supone, abiertamente, la dualización del alumnado, conformando una “élite” sobre la que se centran las dotaciones. Mientras, se suprimen programas de compensatoria y aulas de enlace, instrumentos imprescindibles que posibilitan que muchas alumnas superen sus deficiencias educativas iniciales para integrarse, con éxito, en el sistema educativo. Esto implica la condena de miles de estudiantes al fracaso escolar y, por lo tanto, a la marginalidad social desde la adolescencia.
La evaluación de centros va encaminada al futuro establecimiento de una clasificación que determine la cuantía de la dotación. Igual que en el bachillerato de excelencia, se interpreta que los centros con resultados más bajos fallan en la gestión y deben ser penalizados con una disminución de recursos para incentivar a las trabajadoras que deben luchar entre ellas para poder sobrevivir.
La lógica que subyace a toda esta sinrazón es la de absolver a la estructura social de toda responsabilidad sobre el fracaso escolar. Desde la perspectiva del neoliberalismo el fracaso es entendido con una carencia de capacidad o motivación que o bien depende del estudiante, como en el bachillerato de excelencia y bilingüísmo, o de la escuela, como en el programa de evaluación de centros. Y todo esto en nombre de la “libertad de elección”. El neoliberalismo ha retorcido la palabra libertad hasta convertirla en sinónimo de privilegio, haciendo de ella una bandera que promete acabar no solo con el patrimonio de generaciones de ciudadanas sino con conquistas sociales arrancadas al capital durante décadas.
Por eso no podemos asistir impasibles a este desmantelamiento de la educación pública ni a la polarización de las futuras ciudadanas a través de un sistema educativo que tiene como objetivo perpetuar las diferencias sociales y formar a trabajadoras sumisas. Tenemos nuestras plazas y nuestras calles para reivindicar lo que es nuestro y el mundo en el que deseamos vivir. Nos vemos en ellas.
Cecilia Salazar es profesora de instituto en Villalba.
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