Leer la crisis exclusivamente en clave económica, laboral o de servicios públicos, sin embargo, ya no es suficiente. Nunca lo fue. Una mirada feminista y anticapitalista a las mismas nos muestra que nuestro trabajo y nuestra lucha deben ir mucho más allá. Empezamos la crisis denunciando la invisibilización de los impactos de género de la crisis, particularmente en lo que se refiere a las dramáticas condiciones laborales de muchísimas mujeres en el Estado español. Después pasamos a denunciar que los recortes en los servicios públicos, particularmente en Sanidad, Educación y Servicios Sociales, además de dejar a amplios colectivos sociales en situación muy vulnerable, hace recaer de nuevo sobre las mujeres el cuidado, el trabajo y la responsabilidad que las administraciones se están quitando de encima. Ello ha hecho que la carga global de trabajo (que incluye el asalariado y el no asalariado) de las mujeres se haya multiplicado desde los inicios de la crisis. Dicho de otro modo, las mujeres no solo tienen que trabajar más horas a cambio de un salario menor para poder mantener a sus familias, sino que deben cuidar de todos y todas aquellas familiares con necesidades de cuidado de los que el Estado se deshace como carga improductiva y parasitaria. “¿Para qué seguir pagando por servicios públicos que pueden hacer tranquilamente las mujeres en su casa a cambio de nada”? Se preguntan Mariano Rajoy y todos sus compadres.
Y ello nos lleva a un tercer momento de crítica feminista anticapitalista, en el que (otras de) nuestras peores pesadillas se están haciendo realidad. El año pasado el gobierno del Partido Popular, en boca de su ministro de justicia Alberto Ruiz Gallardón, anunció que piensa reformar la actual ley del aborto. No sólo se proponen eliminar el plazo de 14 de semanas durante el cual las mujeres pueden efectuar una interrupción voluntaria del embarazo sino que, además de anular la capacidad de decisión de las menores de edad, pretenden eliminar el supuesto de malformación fetal. Así es la derecha: mientras que destruye los servicios públicos de apoyo a las personas en situación de autonomía restringida, prohíbe que una mujer renuncie a dar vida a un ser que nunca va a ser autónomo ni autosuficiente y que solo va a conocer el sufrimiento y la indiferencia de la sociedad. Lo que supone ya una amenaza plausible para la mayoría de los mujeres, por otro lado, constituye una realidad para aquellas de origen inmigrante en situación irregular, ya que, gracias a los paquetes de austeridad del gobierno, desde el mes de septiembre no pueden acceder a la Sanidad Pública ni para tratarse en caso de enfermedad ni para realizar una interrupción voluntaria del embarazo. Sabemos a su vez que el Partido Popular, en su desmantelamiento reaccionario del estado de bienestar, pretende eliminar de la red de la sanidad pública cualquier prestación que tenga que ver con la salud sexual y reproductiva de las mujeres, y ello incluye cuestiones como el aborto o la contracepción. De esta manera, los gestores de esta crisis no sólo precarizan las vidas de las mujeres mediante sus ataques laborales y sociales sino que a su vez, en una nueva vuelta de tuerca, amenazan su derecho a decidir sobre sus propios cuerpos y sus propias vidas.
Y la cosa no queda ahí. ¿Quién no recuerda al popular Javier Arenas afirmando el 8 de marzo del año pasado que el Gobierno debe “recuperar los valores familiares que, desde que la mujer trabaja, se han perdido”? ¿O a Gallardón reivindicando que la maternidad hace a las mujeres verdaderamente libres? ¿O Castelao diciendo que, como las mujeres, las leyes están para violarlas?
El 8 de marzo de este año debe ser un paso más en la construcción de una alternativa feminista y anticapitalista al modelo económico y social que nos imponen; debe ser una jornada de lucha que abra brechas para más luchas, más profundas, más inclusivas, más unitarias y más radicales; debe ser otro recordatorio de la importancia y protagonismo del feminismo, porque es inadmisible que el 1% haga recaer el peso de esta crisis sobre las espaldas y los cuerpos de las mujeres. Este 8 de marzo seguimos saliendo a la calle porque sin las mujeres se derrumba el sistema y porque sin el feminismo la lucha está incompleta.
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