Sí, China está gobernada por un régimen estalinista autoritario, despiadado en su trato con los disidentes. Y sí, el pueblo del Tíbet tiene el derecho a la autodeterminación nacional, aunque espero que cuando la consigan no la utilicen para reinstaurar el dominio de la clerigalla budista.
Pero las credenciales democráticas de muchos de los críticos de China tampoco resisten a un serio examen.
¿A quién se cree que engaña? Los EE,UU. son el aliado más firme de Egipto, cuyo respeto por “la libertad de reunión y los derechos humanos” ha sido demostrado reprimiendo las huelgas en Mahalla, y también de la familia real saudí, quienes aplastan despiadadamente el menor asomo de sentimiento democrático en su país.
Ni siquiera se atrevió Bush a incluir el derecho a un juicio justo en su lista de reclamaciones. Piénsese el caso de Salim Ahmed Hamdan, el antiguo chófer de Osama Bin Laden. Incluso después de haber cumplido cinco años y medio de sentencia dictada por un tribunal militar ilegítimo, irregular y arbitrario, puede que aún no sea liberado “porque la administración Bush sostiene que puede retener a los detenidos [en el campo de Guantánamo] hasta el fin de la Guerra contra el Terror”, según el New York Times.
Por los beneficios
Su rápido crecimiento económico está desestabilizando el equilibro de poder mundial futuro. Según los mercados, el porcentaje del producto bruto mundial que corresponde a China ha crecido de un 2’6% en 1980 al 6% actual. Según otros indicadores mucho mejores a la hora de cuantificar el tamaño absoluto de las economías nacionales, el porcentaje chino se aproxima casi al 11%.
Todavía está muy por debajo de los EE.UU., los cuales, según los mismos indicadores antes mencionados, aportan el 25 y el 21% de la producción económica mundial respectivamente. Sin embargo, el despegue económico de China está reorganizando las relaciones entre estados.
Por ejemplo: los estados del Tercer Mundo que producen las materias primas que China necesita ya no tienen que ir a pedir gorra en mano préstamos al Banco Mundial, dominado por los EE.UU., y aceptar las nunca bienvenidas “condiciones” con las que se les obliga a remodelar sus economías y políticas siguiendo las pautas neoliberales.
Esto no significa que las inversiones chinas en África o Latinoamérica sean benéficas o desinteresadas, sino que proceden de un país de capitalismo controlado por el estado que está asegurando sus reservas de recursos naturales.
El hecho es que la mayor parte de todo este jaleo a propósito de China está motivado menos por la preocupación por los derechos humanos, el Tíbet o el medio ambiente, que por miedo al poder chino.
Bush declaró al Washington Post que es “importante que los chinos se comprometan”, pero el mensaje parece que también es: “acuérdate de quién es el jefe y de no rechistar.”
En todo esto parece que son las potencias occidentales las que más se contradicen. Se comportan como si las cosas estuvieran como inmediatamente después de la caída de la Unión Soviética, cuando Estados Unidos y sus aliados podían hacer lo que querían.
Alex Callinicos (Socialist Worker)
Traducido por Àngel Ferrero de Tlaxcala
Para Rebelión.
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