Jornada de reflexión y debate: La escuela que queremos

El sábado 12 de febrero a las 10.30 en el Centro Comarcal de Humanidades de La Cabrera estamos convocados todos aquellos a los que nos preocupe la situación de la educación pública.

Organizan:
Movimiento de Renovación Pedagógica (MRP), CGT y Plataforma Sierra Norte

Extracto de la convocatoria:

¿Qué modelo de escuela pretendemos estando en el pozo en el que estamos? (En el fondo del pozo hay luz…, siempre que miremos hacia arriba).

La aspiración que formularan hace más de setenta años aquellos pedagogos (La Escuela Nueva, la Escuela Moderna, las ideas de la Institución Libre de Enseñanza que fructificaron en el Museo Pedagógico, la JAE o el Instituto Escuela) de institucionalizar una educación integral que permitiese a los individuos sumarse de manera activa a la sociedad, permanece en las exposiciones de motivos de las leyes, sin embargo aquellos viejos ideales parecen hoy arrumbados por otros que han tomado el relevo. Hoy resulta más común hablar de “sociedad del conocimiento” o de “capital humano”, y ningún gobierno es ajeno a la importancia que tiene la educación en el progreso económico de las naciones...

La educación quizás hoy más que nunca es una estrategia de progreso económico. No extraña por ello que en nuestros días sean las instituciones económicas mundiales quienes redacten buena parte de los análisis e índices educativos que los poderes públicos utilizan para sustentar sus políticas educativas. Para estas instituciones, como para los gobiernos que se inspiran en sus informes, la educación es una condición esencial de la competitividad económica en un mundo globalizado.

Lamentablemente este nuevo interés económico ha cambiado el significado de lo que se consideraba una buena formación. Hoy aquella antigua concepción de la educación como fundamento de una ciudadanía consciente y activa ha sido desplazada por una perspectiva cada vez más vinculada a la competitividad (social e individual), al crecimiento económico y la productividad. Esa competitividad trasladada a las escuelas ha favorecido la elaboración de listas de excelencia escolares que ajenas a otras condiciones, como la comunidad en la que se inscriben, la inversión por alumno o las necesidades educativas de los mismos, han establecido disputados “rankings” de centros...

Una vez más las cosas no son lo que parecen..., los centros están inscritos en una comunidad y reproducen las condiciones de ésta, en ocasiones y ante la concurrencia de varios centros, la elección está determinada por preferencias socioculturales de manera mucho más precisa que la de esa vaga referencia a la “maldad”, la “bondad” o la “calidad”. La elección de escuela es a menudo un asunto de “clase”, una preferencia social donde el proyecto educativo apenas tiene importancia, pues en la mayor parte de las ocasiones, no se separa lo más mínimo del curriculum básico. Mayor relevancia en la elección tienen las preferencias sociales, la organización del centro, la disciplina interna, la selección del alumnado o la amplitud del horario, y son estas las que finalmente determinan la elección de las familias.

La consecuencia de esta nueva política escolar es que la escuela ha vuelto a dividirse. Sin apenas darnos cuenta hemos regresado a un modelo, que como el de hace más de un siglo, establece dos itinerarios bien diferenciados; el que faculta a sus estudiantes para el progreso académico y social, y el que se conforma con dar el baño mínimo preciso para incorporarse al mercado de trabajo y cumplir con cierta pulcritud las obligaciones sociales. Hoy esa doble red se refuerza en diversos planos, apoyada en un vago “sálvese quien pueda” individualista y suicida que marca las diferencias entre centros públicos, entre públicos y privados, entre itinerarios académicos, entre bilingües y no bilingües...
La pretendida “calidad educativa” se ha tornado en un derecho reservado a una sola parte del alumnado, en el establecimiento de acotados espacios de excelencia que buscan esa enseñanza elitizada que marcó la historia inicial de la escolarización y que muchos añoran sin haber conocido...

Desde luego no nos parece una buena estrategia para alcanzar la cohesión social que precisa toda comunidad y mucho nos tememos que este camino conduzca no sólo a un deterioro general del sistema escolar, sino también al recrudecimiento de las quiebras sociales, a un aumento de la intolerancia y la incomprensión. Nunca el mérito en el que la escuela pretende basar su legitimidad estuvo tan alejado, nunca como hasta ahora estuvimos tan lejos de los propósitos democratizadores postulados en los preámbulos de las leyes educativas.
Las sobreabundancia de pruebas diagnósticas de nuestros días sirve de excusa perfecta a los defensores de este modelo escolar. Influidos por las tesis neoliberales, los modelos cuantitativos y de normalización sobre el sistema educativo, nuestras autoridades se interesan por la rentabilidad de las inversiones educativas en términos de efectividad y rendimiento. Parece lógico por ello que en estas condiciones, el esfuerzo inversor se dedique a aquellos alumnos cuya expectativa de éxito es mayor, reduciendo y empobreciendo las condiciones de una medianía mayoritaria y desde luego de una minoría que precisa de enormes atenciones. Las pruebas diagnósticas nos dan la perfecta demostración de lo acertado de la tesis de partida. Efectivamente quienes menos saben y menos tienen, consiguen los peores resultados; espectacular descubrimiento. Entre tanto los debates educativos públicos soslayan estas cuestiones farragosas, olvidan el carácter equilibrador de las diferencias sociales que siempre se atribuyó a la educación y reducen la problemática a problemas de gestión.
Convencidos de las bondades de una correcta gestión empresarial, no resulta extraño que por encima del trabajo de profesores, los esfuerzos metodológicos o la apertura de canales de comunicación dentro de la comunidad escolar, la gestión se haya convertido en el actor esencial de la escuela...

Por otro lado la externalización de los controles sobre los equipos directivos (más auditados por las administraciones que por los consejos escolares y los claustros) y el peso que en su selección adquiere la administración educativa, ha abundado en esta suerte de centralización autoritaria que despierta las reservas de quienes pensamos que debe ser la comunidad escolar quien asuma tales competencias...
El peso ideológico del neoliberalismo también se ha dejado sentir en el abandono de la concepción del sistema educativo como un “servicio”. Para el neoliberalismo los sistemas escolares son un mercado más, lo que conduce a una consideración nueva de las relaciones entre los sujetos del sistema escolar. La escuela deja de ser una comunidad y ni los padres ni los profesores colaboran en un propósito común; ahora la relación que la escuela establece es la de proveedor (el sistema educativo, los centros educativos) y cliente (los padres y alumnos). A partir de esta idea resulta relevante la tesis formulada por Milton Friedman de promover el “cheque escolar”, (muy querida para nuestros neoliberales patrios) un medio de pago que permitiría cumplir con la obligación del estado de sostener la educación de la ciudadanía y con la elección por parte de los padres de la opción más adecuada para la educación de sus hijos en un mercado libre y abierto a distintas ofertas escolares...

Aspiramos a una escuela ajena al debate político, en el que demasiado a menudo se ha visto enredada, pero entendiendo esta desconfianza de la política no como una renuncia a la participación en el gobierno de la sociedad sino como una crítica a la pretendida exclusividad de la participación ciudadana a través de las urnas. La democracia precisa de elecciones pero estas por sí mismas no son garantía suficiente de democracia. Partiendo de un neutralismo tan necesario como higiénico, pensamos que el mejor modo de participación política al que puede aspirar la escuela es precisamente el de conseguir educar a las generaciones más jóvenes en la práctica democrática, en el fortalecimiento de la capacidad de pensar de manera autónoma que les vacune de los excesos de la demagogia tan común a los debates públicos actuales. Queremos recuperar el proyecto de todos aquellos pensadores que como Dewey entendieron que una democracia sana precisaba de individuos críticos y volviendo al original anhelo del marqués de Condorcet, fortalecer una escuela concebida para formar ciudadanos y no sólo obedientes empleados...

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